sábado, 28 de abril de 2012

Without need of words

Hay momentos en que el universo nos habla directamente. Sin necesidad de palabras,  materializa en nuestro interior intuiciones tan claras como el cristal. Son instantes en que la mente escapa de su cerco cotidiano. Enmudece su monólogo, cesan las pugnas y las ideas cobran otro sentido. Afluyen como joyas y en verdad nos enriquecen, pues nos aportan una visión renovada del mundo. Percibimos entonces el valor de unas palabras, la fuerza que esconde una mirada, la caricia del sol sobre la tierra o el vuelo errático de los pájaros. Las sombras dejan entrever los objetos originales.
Bálsamo para la mente herida, afanada a diario en enfocar la existencia desde una posición de superioridad.
Instantes mágicos en que no estamos enfocando una charla, leyendo noticias o encarando una tarea cargados de razón. Por una vez lo que sucede no adula a nuestro ingenio, no nos otorga más peso que a los otros: sólo nos arranca amor y comprensión. Esos pequeños arrebatos de lucidez son quizás el gran poso de la vida, un tesoro inmaterial que no precisa guardián. Pero la mayoría de libros de aforismos no renuncian al viejo juego.
Tras su retórica breve, en ocasiones se reducen a un mutuo halago de inteligencia entre autor y lector. De ese modo sus máximas, por concretas que sean, rara vez van más allá de esa complicidad y se quedan en un mero entretenimiento. Los pensamientos y frases encierran un afán de comunión con el mundo, lo que implica optimismo, plenitud, reducción de distancias entre nosotros y los demás. Y también, cómo no, dedos en la llaga que apuntan hondo y no perdonan, pues el malo de la película nunca debe ser buscado fuera.
Son pues algo más que frases hermosas; son poesía en el sentido original del término. Repasan el estribillo diariamente olvidado: Que sólo cuando perdonamos a nuestro enemigo podemos encontrar algo más importante, que es sin duda sentirnos bien con nosotros mismos.

Con todo esto que he dicho hoy.. quiero dejar esta frase que me ha hecho pensar...

Un hombre sólo posee aquello que no puede perder en un naufragio

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